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AMOR PERVERSO COSIDO A MANO
Película "El hilo invisible"


J. G.
(Madrid, España)

El hilo invisible
  Ficha Técnica Video
Es tan cierto que el universo de la alta costura está vetado para los mortales como que el modisto se nutre de una sensibilidad especial para tejer sus creaciones. Entre telas, pespuntes y dobladillos, su imaginación trenza una madeja trufada de volumen creativo. Sus neuronas funcionan como agujas cosedoras de un mundo mágico, inaccesible excepto para unos pocos bolsillos e incomprendido en muchas ocasiones. Coco Chanel decía que ‹‹La moda se desvanece, sólo el estilo sigue siendo el mismo››. La elegancia y la sofisticación caminan entre nubes cubiertas de gasas sedosas y olor a telas luminosas en El hilo invisible. Daniel Day-Lewis borda, nunca mejor dicho, un papel que se debate entre el amor al cuerpo femenino y a la moda; es un genio poseído por manías y fobias sólo aceptadas en mentes lúcidas. Su complejidad caprichosa le faculta para concederse licencias propias de un corazón desvalido. Este sastrecillo de la elegancia convertida en orfebrería de muselina está casado consigo mismo, matrimoniado con sus creaciones antes que con las personas a quien utiliza como elemento decorativo en su taller de costura. Las personas que circundan su galaxia algodonada son maniquíes vestidos por el lujo de su imaginación creativa, despreciados por un egocentrismo exacerbado e inquietante.
 
Londres, años 50 del siglo XX: Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) bailando con Alma (Vicky Krieps)  
Reynolds (Daniel Day-Lewis) en su taller de costura armando el esqueleto de otra creación en forma de mujer
La Casa Woodcock, regentada en compañía de su hermana Cyril, es el laboratorio para experimentar un poderío creador desbordante que combinaba con dosis de irritabilidad insoportable; es el prototipo del genio al que no se le puede molestar; de alguien que no sabe defenderse por sí mismo dentro de un ambiente que no admite reproches. Subestima a sus clientes agobiados por la abundancia económica, faltos de ideas y buen gusto. Se gana la vida a través de ellos, los exprime. Es la abeja reina rodeada por un batallón de obreras encargadas de hacer el trabajo costoso, casi esclavo, de hilvanar sus creaciones hasta conseguir el visto bueno del alfayate mayor. A través de una de estas mujeres, la pasión y el capricho se apoderan de un hombre acostumbrado a tenerlo todo sin esfuerzo. Alma (Vicky Krieps) perturba su corazón caprichoso mientras el orgullo tiene censurado cualquier gesto de nobleza o cariño excepto en los momentos de flaqueza emocional.
Hay mucho de trastorno mental en las manías de Reynolds Woodcock, que raya con el ritual, al desconocer la frontera que separa la soledad de la compañía. Alma domestica el corazón de esta fiera inicua mientras es arrastrada por el lodo de a humillación. Se establece una química maldita que conduce la película por un proceso de domesticación; lástima que la tensión construida finalice con una actitud previsible y escenas de flojo contenido dramático.
Costureras en el taller de la Casa Woodcock bajo la atenta supervisión de Cyril Woodcock  
La elegancia y sofisticación de la Casa Woodcock
El amor entre seductor posesivo y seducida encandilada se retuerce hasta mudarse en amargura neurálgica, casi existencial, para Reynolds Woodcock. Alma es templanza; Reynolds: mercurio hirviendo. La timidez de ella aprende de la vida, del desprecio, de esas miradas repulsivas y críticas vertidas a la espalda que taladran el corazón. Las palabras de Reynolds se encuentran con las miradas apuñaladoras de Cyril, tan pragmática como indolente, entregada a planificar la vida de este hombre irrepetible con espíritu dictatorial.
Cada uno en su sitio se supera; se complementa con una intensidad dramática que, a fuego lento, crece imparable.
Cyril (Lesley Manville) observa con atención pétrea a la alta sociedad londinense  
Amor seductor de Reynolds Woodcock (Daniel Day-Lewis) a Alma (Vicky Krieps)

Alma se convierte en musa y amante que, a pesar de las ofensas, no abandona al desarrollador de su talento. El hilo invisible no tiene desperdicio como suspense psicológico en el que, de nuevo, el amor es un monstruo con doble cara: feroz y tierna. El protagonista se emborracha de una neurosis individualista que despierta atractivo en el otro. Los momentos de cariño no esconden la necesidad de desarmar a la pareja; los amantes terminan compenetrándose en un traje cosido a medida, lleno de retales sacados de la alta costura.

J. G.


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