La mujer que interesa a Lars von Trier es la muñeca de las perversiones masculinas siempre un peldaño más abajo que el hombre. Un peluche de inteligencia acorchada, un ama de casa de convencimiento fácil, una araña de cartonaje fingido frente a una masculinidad que, a través del asesinato, busca la belleza de la muerte, el valor inmortal del arte, la construcción de una morada con cimientos óseos y despojos cárnicos.
David Bowie pone voz a este canto irónico sobre la construcción de la hermosura particular. La fotografía se acerca con sus movimientos mareantes, desde una lejanía tímida, a las olas agitadas de
Bailando en la oscuridad.
Jack, alma fea del matarife que busca redimir sus actos, encarna a un asesino en serie que se toma su trabajo muy en serio. Saca todo el sadismo de la maldad humana en un discurso visual de sus fechorías; obedece a una frialdad enferma y degeneración apolínea de carnicero en busca del filete perfecto. Los recuerdos y nombres depravados de la Historia critican el poder de un instinto animal que ha perdurado: desde Hitler hasta Idi Amin.