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CINE Y ESPECTÁCULOS
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LA MASACRE PUTREFACTA DE UN ICONO
Película "La casa de Jack"


J. G.
(Madrid, España)

La casa de Jack
  Ficha técnica Video Entrevista a Lars von Trier Entrevista a Matt Dillon    
Inclasificable. Con el escándalo que acompaña al director danés, La casa de Jack no puede pasar desapercibida aunque Google Maps no la tenga localizada. Lejos de la indiferencia, enfrenta miradas opuestas mientras el atrevimiento sortea la frontera de lo desagradable. Su protagonista se zambulle en un peregrinaje obsesivo y solitario: un caminar acompañado por la presencia latente de Verge (Bruno Ganz) enigmático, apegado a la simbología demoniaca con tintes religiosos y matices freudianos. Es el elemento cabal de una acción desproporcionada y narrativa gráfica cansina; confesonario de los esfuerzos desmedidos de Jack (Matt Dillon) por alcanzar la cima de la perfección delictiva amparada en el asesinato con forma de solomillo crudo. Este drama de ligereza macabra será recordado por lo trágico, telúrico y asombroso que revolotea por su cuerpo como un díptero portador de heces en sus patas. Su zumbido martilleante aburre con intensidad etílica y proporciones ascendentes.
 
Uma Thurman como señorita 1 antes del desenlace fatal  
Matt Dillon interpreta a Jack y Riley Keough a Simple
El diálogo entre las almas de Jack y Verge (paciente-terapeuta) encierra una filosofía empática que las imágenes trasforman en masacres cargantes. Su ferocidad explícita salta de víctima en víctima con la fuerza atlética del elemento salvaje en la primera parte. El empacho de tanta exuberancia sangrienta desemboca en un segundo tramo preciosista cercano a Melancolía. El agravio convertido en norma se enmienda al sustituir el valor significativo de la dureza por una suavidad pictórica endiablada. La voracidad asesina gira de manera súbita hasta encontrarse con las fauces el averno más encendido.
Jack es el hombre tras la cortina  
La casa de Jack: el asesinato como performance
La mujer que interesa a Lars von Trier es la muñeca de las perversiones masculinas siempre un peldaño más abajo que el hombre. Un peluche de inteligencia acorchada, un ama de casa de convencimiento fácil, una araña de cartonaje fingido frente a una masculinidad que, a través del asesinato, busca la belleza de la muerte, el valor inmortal del arte, la construcción de una morada con cimientos óseos y despojos cárnicos. David Bowie pone voz a este canto irónico sobre la construcción de la hermosura particular. La fotografía se acerca con sus movimientos mareantes, desde una lejanía tímida, a las olas agitadas de Bailando en la oscuridad.
Jack, alma fea del matarife que busca redimir sus actos, encarna a un asesino en serie que se toma su trabajo muy en serio. Saca todo el sadismo de la maldad humana en un discurso visual de sus fechorías; obedece a una frialdad enferma y degeneración apolínea de carnicero en busca del filete perfecto. Los recuerdos y nombres depravados de la Historia critican el poder de un instinto animal que ha perdurado: desde Hitler hasta Idi Amin.
Arquitecto de catedrales  y casas deshabitadas  
La casa de Jack
La continuidad de tanta descripción exterminadora desgasta el interés por esta orgía carnicera en un goteo creciente y compulsivo-obsesivo de sangre que no desnuda el lado oscuro de la psicosis asesina encarnada por Matt Dillon. Aunque el actor saque lo menor de sí escondido en la gabardina de una actuación sobresaliente y madura, no hay alicientes para seguirle la pista en su perversión. Matar por matar engorda un argumento plano e irritante en el que Tarantino hubiera tenido mayor acierto. Lars von Trier no se reprime a la hora de tocar la violencia de género, el sarcasmo que encasilla a la mujer como viuda negra asesina: un recuerdo a los decálogos de Vox en el maltrato. La construcción de la muerte a través de estos actos ensalza el refinamiento arquitectónico, la solemnidad laica de las catedrales como escenificación terrenal de lo divino. El asesinato compite con ellas como obra secular que perdura en el tiempo. La casa de Jack es una ciénaga de cine personal repleta de exceso vomitivo, el hogar de Lars von Trier cáustico e irreverente haciendo de lo nauseabundo la barcaza que zozobra entre la genialidad y la estupidez con un guion loco y metraje indigesto. Su juego con el absurdo crece delirante y las risas campan a sus anchas entre el público junto a sangre corriendo borracha y carne mutilada.
Un asesino en serie que se toma su trabajo muy en serio  
Sofie Gråbøl es la señorita 3

Lars von Trier es el maestro de la provocación saltándose todos los códigos habidos y por haber, amante de la transgresión polémica. La casa de Jack, lejos de la inteligencia, bombardea la bajeza de la persona y ensalza el asesinato encaminado a la perfección museística. Este recuerdo a La matanza de Texas y La divina comedia de Dante dista años luz del refinamiento con que Hannibal Lecter practicaba el canibalismo. El creador de Rompiendo las olas pasa de la explicitud repulsiva a la metáfora plástica con formato de epílogo. Las películas que sólo suscitan controversia oportunista son de una vacuidad espiritual supina.

J. G.


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