Los personajes que habitan
Un asunto de familia derrochan riqueza y cercanía humanas. La pelea que mantienen con la soledad, el origen de su identidad o la falta de amor se enfrentan con una sonrisa al día a día repetitivo. La familia de Osamu es la protagonista de una historia que se arrulla entre sí, más allá de los lazos biológicos, entre oleajes de vitalidad independiente: la
abuela graduada en la escuela de la vida; su nieta, atrapada por la asepsia deslumbrante de un
sex-shop donde el amor se camufla de servicio pagado; dos chiquillos convertidos en ladrones de supermercados o unos padres con kilómetros en la mochila. Su calidez atrapa con tramos de frescura donde el giro argumental evoluciona reposado en la constancia lenta. La delicadeza sobrecogedora, reflexiva, amarga y dulce golpea como un mazazo silencioso. El ritmo pausado maneja el movimiento temporal con precisión narrativa, fortalecedora de vínculos familiares.
Un asunto de familia es una fábula multicolor con brillos que recuerdan a
Kiseki o pinceladas finales cuya tonalidad más violenta se acerca a
El tercer asesinato en el matiz policial. La dulzura de este suburbio hace sitio a la dureza existencial llevada con honor. La muerte no duele tanto al instalarse como un miembro más de la prole. Esta intensidad suave, concebida como alma cautivadora, acompaña vidas ancladas en el patio trasero de una supervivencia con la que pretenden llevarse lo mejor posible pasando desapercibidas.