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EL QUIJOTE DE TERRY GILLIAM MATA AL QUIJOTE DE CERVANTES
Película "El hombre que mató a Don Quijote"
J. G.
(Madrid,
España)
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Ficha Técnica |
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Casi dos décadas desfaciendo entuertos y problemas de despacho, Terry Gilliam llega a las pantallas envuelto en expectación caballeresca. El rodaje de El hombre que mató a Don Quijote es su proyecto ambicioso y tamaña aventura le ha llegado a consumir, incluso a demandar, como siempre ocurre, más de lo humanamente posible. Se ha convertido en un cúmulo de locuras personales, perseguidoras de un solo fin: saciar la frustración personal de algo no conseguido. Y es que poner el listón tan alto puede no alcanzar el roce. A pesar de que la ilusión y la creencia en el proyecto venzan al tiempo, la obra cumbre del director nacionalizado británico aparece desgastada por una caricia egocéntrica. Su película no desmerece, nadie lo esperaba, pero tampoco ilusiona mientras cautiva con el ensueño de una historia que busca dar un giro a la obra cervantina. Tampoco decepciona porque no entusiasma, he ahí su virtud: que no se la puede denostar porque ni tan siquiera merece el beneficio de la duda.
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Desde el comienzo, es mastodóntica, revolucionaria en la forma que no hace ascos a la confusión. La mezcolanza atropellada del mundo fantástico de Don Quijote y el real, al que Sancho intenta pertenecer sin oponerse a la seducción de su amo, la hunde en una confusión creciente y aventurera. A pesar del resultado original, la trama quijotesca en versión Gilliam no alcanza la frescura que Cervantes regala. El resultado es original con esa conjugación paralela de fantasía y realidad en la que los personajes son esenciales. Es un cúmulo de personalidades: desde el zapatero que, sin quererlo, se convierte en caballero enloquecido, fiel a sus labores salvadoras; el gitano que entre chucherías vende un DVD de la película anterior sobre El Quijote, hasta ese jefe con aspecto de tejano que Stellan Skarsgård borda pero, en la línea de sus compañeros, no emociona; pasando por el espejismo de una Dulcinea etérea, una Rossy de Palma fugaz metida sin calzador en el zapato equivocado o el tabernero grasiento con olor a queso manchego. Los personajes caricaturizan al español con guiños pueblerinos. Para ambientar este mundo de pueblo cervantino, los episodios chistosos buscan rellenar el hueco de la locura inexplicable. El hombre que mató a Don Quijote es una aventura empalagosa, una película sobredimensionada por una responsabilidad impuesta de manera personalista.
Tiene mucho de autobiográfica al recuperar la figura del joven cineasta inmortalizando al héroe del pasado que ahora pretende rescatar del tiempo. El zapatero Alonso Quijano, en la figura de José Luis Ferrer, supera la pasión de Jonathan Pryce, el Don Quijote final. El personaje cumbre de Cervantes atraviesa una pasión enferma que Terry Gilliam desbarata. |
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Lo primero que nos preguntamos al ver este a película es: ¿dónde está Johnny Depp? Se hecha de menos la presencia del actor, y según se avanza, más se desea. El protagonista de la serie Piratas del Caribe encajaría como una maquinaria suiza en esta distorsión de pertenencia global. Todos hemos sido y estamos dispuestos a convertirnos en Don Quijote.
La narración sufre un atropello borracho en el que la dinámica engulle el alma de las locuras quijotescas: lo molinos de viento no son tan monstruosos, las aventuras se convierten en una sucesión de tortazos mareantes convertidos en totum revolutum. ¿Dónde está la coherencia de la obra literaria? El hombre que mató a Don Quijote es incoherencia, caos destructor de la elegancia loquinaria del caballero manchego. Aún así, este zapatero convertido en jinete medieval, enamora por la fidelidad en sus ideas, el acercamiento paternal hacia un Sancho perdido que, poco a poco, entiende su papel. Este Don Quijote es el Quijote del siglo XXI cabalgando feliz a lomos de su Rocinante dócil. |
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Terry Gilliam cura la obsesión que le ha perseguido durante años al rodar una película desigual y arriesgada. Propone un final delicioso que perdona los errores anteriores con la ternura minimalista de un Sancho convertido en Quijote. El hombre que mató a Don Quijote agota en otra reafirmación del personaje creado por Don Miguel de Cervantes, revalorizado con el tiempo. |
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