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ZOMBILANDIA TARADA
Película "Los muertos no mueren"


J. G.
(Madrid, España)

Los muertos no mueren
Ficha Técnica Video    
Jim Jarmush ha acostumbrado mal al cinéfilo. Lo ha venido haciendo con asiduidad poética desde Los límites del control hasta Paterson, convertidos en títulos que enamoraron con su poesía; se adentró en el documental musicado con la destreza agitadora de Gimme Danger y sucumbió ante el surrealismo creativo que aunó la magia tangerina con la bohemia de una atmósfera vampírica. Con estas credenciales, la apuesta nueva del director norteamericano dinamita los convencionalismos, como tiene por norma, para adentrarse con heroicidad parsimoniosa en el terreno abrupto que disfruta con la recreación del mundo zombi.
El humor pretendido se distancia de la sutileza. Las dobles lecturas las encuentra quien necesita alimentar el universo Jarmush con una justificación que no hunda su película más reciente en el olvido. Es un disparate rodado con cámara lenta intencionada. Los muertos no mueren, matan... de risa. El golpe de actualidad con referencias al cambio climático y la fractura hidráulica como causas de la catástrofe mundial se queda en titular de telediario con sabor a donut y café negro en un juego de interpretación racista. Esta maniobra interpretativa de las palabras con lectura segregacionista es otro truco aprovechado en forma de comedia forzada.
 
El jefe de policía Cliff Robertson (Bill Murray) junto al oficial Ronnie Peterson (Adam Driver)  
Centerville, una ciudad pacífica llena de zombies
El mundo zombi envuelve diálogos repetitivos y derrengados, la acción invierte su movilidad para convertirse en figura de cera que posa entre las magulladuras, tripas al aire y canibalismo fúnebre. Los brazos bailan con cadencia descosida en la noche, sus pasos destartalados conducen miradas atolondradas. Si Michael Jackson levantara la cabeza, pondría orden a este desaguisado de autómata poseído con un movimiento de Thriller. Jarmush no es John Landis en este universo maldito mientras escoge su camino a la búsqueda de protagonistas con identidad patosa. Los muertos vuelven a la vida en Centerville y los vivos mueren de espanto en su butaca.
Zelda Winston (Tilda Swinton) trabajando en la funeraria local  
El ermitaño Hermit Bob (Tom Waits)

Los actores son el nudo de una carcajada chillona que hace frente al patetismo en busca de un salvavidas que nadie lanza. Y esto es así porque Los muertos no mueren es un escaparate de personalidades variopintas entre las que la referencia cinematográfica sobresale: desde Tilda Swinton, que respira gracias al recuerdo del guerrero solitario, entre lo samurai y Kill Bill; la densidad monótona de Adam Driver (lejos de Paterson); Bill Murray sin la garra de su ironía comedida y mordaz; Steve Buscemi convertido en espejo del norteamericano pre-Trump que Quentin Tarantino hubiera explotado con tinturas sangrientas; Danny Glover, el inseparable de Mel Gibson en la serie de Arma Letal hasta el enjambre zombi que planta cara al negacionismo republicano de la Casa Blanca ante el cambio climático, origen de su aparición. El ADN musical colorea esta espesura enrobinada: Tom Waits, el ermitaño fiel al tono rebelde de la generación beat que ha explorado como cantautor; Iggy Pop, capaz de sustituir las drogas duras por su adicción al café; poco más que decir del rapero RZA, crecido al calor de Wu-Tang Clan, debutante como director-protagonista con El hombre de los puños de hierro. Algunos amigos del director se han juntado para hacer un película de colegas con intención catártica y mediocre.

Zelda Winston, amante de las artes marciales, recuerda a 'Kill Bill'  
Iggy Pop, otro amigo de Jim Jarmusch, haciendo de zombi

Jim Jarmush provoca un continuación de imperfecciones hasta encumbrar el recuerdo cinematográfico con una abducción evocadora a Encuentros en la tercera fase, proponiendo un final alejado de la comprensión terrícola. Más que un cine de catástrofes, Los muertos no mueren es un cine catastrófico.

J. G.


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