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EL AMOR NO CONOCE EDAD
Película Regreso a Hope Gap


J. G.
(Madrid, España)

Regreso a Hope Gap
Ficha Técnica Video    
Quien no guarda en la memoria un paraje singular que invita al refugio en el regazo familiar y recuerda tiempos más agradables. El guion dinámico reconstruye este edificio sobre los cimientos del pasado como núcleo de la entidad geográfica y sentimental. La vida de Jamie pierde su significado especial sin los acantilados de Hope Gap. Se reencuentra con el ambiente donde pasó su infancia gracias a la encerrona paterna tendida de manera poco adulta y capital para disparar un misil cargado de conmoción. La familia se presenta como el núcleo de una relación en proceso de atomización paulatina. El encuentro allana el terreno a una ruptura que busca su entidad de forma respetuosa. La muerte de un presente agotado tiende la mano al nacimiento de otra oportunidad para alcanzar el bienestar interno que Edward resume de manera asceta: la regularidad sin sobresaltos. Mientras que Grace, su mujer actual, tiene por costumbre pedir otra taza de té antes de acabarla, él prefiere acabarla antes de servirse una nueva. La comparativa que puede establecerse entre las dos situaciones es un ejemplo transportable al corazón del largometraje. Ella interpreta la familia como el fruto de una unión indisoluble entre hombre y mujer; para él, la consecución del amor tiene el derecho a conocer la ruptura factible del contrato. La búsqueda de señales cariñosas presentan a una esposa que necesita el agasajo como símbolo vitalista mientras para su marido el afecto es una intención que se siente no se dice. Las frases van descolgando sensaciones proclives a la separación. El marido prepara el camino con la contención que evita hacer sangre y la inseguridad del cobarde educado mientras ella sólo admite al otro cuando vomita una invalidez que antes no ha proclamado. Este matrimonio entre la ocultación y el huracán es una incompatibilidad enriquecedora y asesina a la vez. El deterioro entre ambos culmina con el estallido de una progresión que ha alcanzado su techo. La mujer torrencial no admite la etapa desconocida de un matrimonio destinado al luto. La confusión emocional se apodera de la sensatez y los diálogos se trasforman en lucha baldía entre una espada enfundada y una daga afilada. Esta revelación rupturista es un mensaje catártico que desnuda su disimulo sin miedo ni sobresalto, triste. El silencio de Edward, defendido con elegancia británica por Bill Nighy, jamás se aparta de las buenas formas. Su parsimonia se acerca a la interpretación reflexiva que convierte la decisión en manera única de aceptar el fracaso entre dos. Su tranquilidad es aplastante y madura. La fragilidad en la mirada, casi siempre caída o dirigida hacia el infinito excepto cuando se acompaña de la palabra basta, es una huella personal difícil de borrar. Se ha convertido en un marido acomodado al rincón y la rutina que se pregunta cómo ha podido encajar casi tres décadas con una mujer de estallido tan destructor.
 
Jamie (Josh O'Connor) sentado junto a su padre, Edward (Bill Nighy)  
Edward y Grace (Annette Bening), su esposa
El guionista de Los miserables sigue la tradición teatral en las formas del texto. El segundo largo de William Nicholson, después de olvidar la dirección tras A la sombra del fuego, de 1997, es un ejemplo de la caducidad en las relaciones de pareja. La ruptura se comunica sin intenciones dañinas, la parte femenina del diálogo no encaja un golpe inesperado e inadmisible. El choque anda más cerca de la comedia que del melodrama. El sarcasmo de una mujer que a todo le saca punta se eleva hasta cotas tragicómicas como poner el mismo nombre del marido a su animal de compañía nuevo. Se niega a arreglar los papeles con el abogado, causa incomodidad molesta; en vez de comprender exige la aceptación sumisa hasta que Angela, la compañera nueva de Edward, le para los pies con la claridad del lenguaje femenino. En ese momento se produce la estocada mortal que incluso a los antitaurinos agrada. La retirada encuentra cobijo en la ayuda al prójimo. Volver a visitar las paredes de Hope Gap colabora a descontaminar el presente en vez de invitar al suicidio previsible.
Jamie pasea junto a Grace, su madre, por los acantilados de Hope Gap  
Grace y Edward

El paisaje rocoso de Seven Sisters, utilizado para En busca de Summerland, invita a abrazar la paz que proporciona el recuerdo y entender la magnitud de la desprotección ante lo inabarcable. La fotografía de Anna Valdez-Hanks, curtida en la televisión y el cortometraje, acerca parajes donde el dolor respira calma, sabe acariciar las escenas violentas para alejarlas de la agresividad. La ironía pilota el corazón de una mujer que se siente herida pero es incapaz de admitir su parte de culpa en la separación. Su extroversión hablaba tanto que llegó a confundir la intimidad con el agobio.
Esta joya diminuta brilla por sí misma sin necesidad de cegar para que su valor sea apreciado. La tercera edad reclama su parcela desde prismas diferentes. La necesidad casi obligada del continuismo topa con la aceptación del desgaste. La perseverancia en negar la realidad es un síntoma de temor que Grace acusa con insistencia enfermiza. El género dramático deleita gracias a la frescura de interpretaciones lúcidas y cercanas.

J. G.


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