La conversión de una serie televisa en formato de pantalla grande, a veces, desmerece al producto inicial. Los episodios de serie Camera café estaban destinados para no salir de la audiencia casera, sin pretensiones cinéfilas. Sus creadores no la idearon con esta voluntad expansiva sin embargo, la creencia de que podría convertirse en franquicia exitosa y sentimental ha hecho que de el salto mortal con poca chispa y muchas intenciones de resultar graciosa. Los incondicionales de Arturo Valls no quedarán decepcionados viéndole desarrollar sus dotes de fantasma laboral al tiempo que un giro en la vida profesional le haga más puñetero, sin perder el sentido macarra de los acontecimientos. La situación abre las puertas a lo sentimental, amparada por el concepto de familia desestructurada. El alma competitiva aparece como giro al aburrimiento chistoso desplegado frente a la máquina de café en el recuerdo televisivo. El punto gamberro sustituye la pimienta por el LSD; produce una intoxicación alucinógena de desaguisados consecutivos que acaba en resaca con secuelas sicológicas para los amantes del cine divertido. |
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El compañerismo entre oficinistas que hicieron del respiro laboral un confesonario emocional cafetero dejó atrás su inocencia y sinceridad canalla. No están todos los que fueron pero son todos los que están. La aparición de Javier Botet compite con la presencia incorpórea de César Sarachu y su aura de hombre-niño no emancipado. El personaje de Arturo Valls es el pupilo aventajado en el arte del engaño, sorprendido por un imprevisto sin el que toda esta maraña no tiene sentido. La tribu se completa con los repetidores: Ana Milán como directora de marketing diabólica; Esperanza Pedreño, su secretaria amgelical; Carolina Cerezuela, segunda del departamento, es la imagen típica de mujer deseo; la inestabilidad adolescente de Marta Belenguer; Esperanza Elipe, decana de la serie Cuéntame cómo pasó o Juana Cordero como señora de la limpieza poco chismosa. En el lado masculino, reinciden la solvencia de Luis Varela, el compañerismo sindical de Carlos Chamarro, la fanfarronería pueblerina de Joaquín Reyes (artífice de La hora chanante), el hieratismo matón de Alex O’Dogherty y el mencionado Arturo Valls. Los elementos nuevos dan color y variedad a una fauna revuelta: desde el giro que disfraza Ingrid García-Jonsson hasta cameos de Karina y del streamer Ibai Llanos. Todos forman parte de una familia grande donde las sorpresas quieren rellenar huecos con ingenio raquítico, ocurrente para mentes superficiales aunque efectivo en quienes persiguen desmelenarse un rato y reírse de su entono laboral, si es que tienen trabajo. Los guionistas (Joaquín Reyes, Miguel Esteban y Ernesto Sevilla) hacen del ERE un elemento de verosimilitud dentro de una situación inconsistente que genera risas tontorronas.
Camera café, la película se ha parido en la mesa de edición donde no falta el posado final a lo Ocean's Twelve español para ver quien remata un partido inapetente, salpicado por la ordinariez y las ganas de pasárselo bien (como Hombres G cantan). El enredo cercano no es protagonista de su éxito, si lo tiene, ni de un fracaso que sólo el público puede movilizar. Donde no hay nada que rascar poco se va a encontrar. |