La
guerra de Afganistán es el escenario que sirve a Neil Marshall para desplegar su juego de guerra particular. Es una pena que La guarida se haya quedado en un teatrillo donde la locura bélica hace postureo junto a experimentos ultrasecretos que terminan en el fracaso del abandono. O quizás gracias a ese desamparo, y resurrección posterior, terminan demostrando su valía densificados con tiempo. La mano humana es el detonante inocente y casual de una explosión marcada por el diseño ochentero e impresión insufrible. El director recordado por
Centurión utiliza un argumento dirigido al videojuego donde lo previsible se aferra a la sequía improvisadora. El ambiente inhóspito está marcado por una geografía conflictiva dentro de la ocupación que
Rambo conoce bien. El enfrentamiento militarista unido al guion vago habitan espacios con textura destructiva.
Neil Marshall trae un guion escrito en familia ya que cuenta con el apoyo de su mujer, Charlotte Kirk, que también hace labores de actriz dentro de una situación marcada por la testosterona y empoderamiento carnavalesco. La realización es dispersa, tan deforme como los bichos que dan sentido a una acción descoordinada. Algunas referencias temporales buscan justificar su ficción, adelantan el aire apocalíptico de un engendro conceptual. La forma en que este largometraje zarandea su esqueleto aplasta cualquier elemento atractivo en territorio hostil.