La marca inglesa del cine a medio camino entre el compromiso social y la comicidad doméstica se da la mano en un ambiente reconocible y difícilmente oscuro para todos.
Scrapper se sumerge en el suburbio londinense para acercarnos personalidades distintas que sobreviven en un mundo de marginalidad social asimilada, y ganas de supervivencia a la misma. Su protagonista no tiene miedo a la infancia que sortea con destreza para engañar a una sociedad que se cree más adulta de lo que en realidad es. La niña autosuficiente se cubre de realismo al estilo
Ken Loach sin llegar a las cotas del director británico, cercana al pálpito del barrio que a nadie parece sorprendente ni lejano. El primer largometraje de Charlotte Regan se acerca al suburbio a través de Georgie. Su mirada de la vida posee la seguridad de un adulto que sabe sortear los inconvenientes. Al mismo tiempo, tiene la fragilidad de una niña desvalida. Porque si algo necesita esta heroína del arrabal es amor y protección familiar, el cariño que le recuerde a una madre muerta y un padre desaparecido. Su carencia curte su supervivencia con piel adulta. La sonrisa en los labios que a veces se le escapa dibuja ingenuidad en las acciones, sin que por ello se deje abatir por el entorno que apuesta por devorar a las personas en el estómago de un todo excluido.