La pérdida de la fe mueve un largometraje que quiere apuntar al terror religioso como arma impulsora de balas quemando como clavos sagrados. El contexto cronológico es crucial para situar una narración audiovisual con lectura social y piadosa. En los años ochenta del siglo XX, el matrimonio era visto como la consumación de la unidad ente el hombre y la mujer todavía no identificados con la pluralidad sexual. El desposorio entre Lola y Adolfo desencadena calamidades marcadas por el mal de ojo ginecológico que impide traer descendencia al mundo. Esta boda manchada de sangre nada tiene que ver con las de
Federico García Lorca y se acerca mucho a la figura femenina entendida como objeto procreador. El asunto comienza con lo que parece el final para cónyuges marcados por el castigo divino. Un convento alejado de la mano de Dios se encarga de aplacar su decepción. Qué mejor manera de ocupar el lugar vacío de la crianza imposibilitada por una incapacidad femenina de tener hijos (ahí queda la rémora moral) que entregarse a la búsqueda de niños abandonados a su suerte en una institución regentada por monjas con un carácter humano dudoso. Personas que, cercanas al
Arbeit macht frei de Auschwitz, tienen en la frase 'la letra con sangre entra' la seña de identidad.
Tin & Tina es un ejemplo del pánico que la desesperación por no ver culminados los deseos de una preñez biológica provoca, el ansia poco expresada de un padre seudotolerante por encontrar descendencia para su apellido. La estampa religiosa encargada de colocar el paquete a los recién casados es
Teresa Rabal, siempre siniestra, inculcadora de principios basados más en escrituras interpretativas que en buenas costumbres. Su sonrisa es el doctor Jekyll de un radicalismo apadrinado por el señor Hyde. Este papel corto pero decisivo es intenso en palabras y gestos. Ella es lo mejor de lo peor antes que Tin y Tina.