La tranquilidad de la Cerdanya, en el Pirineo catalán, se ve alterada por un argumento tan alocado como antipático. La realización de Marc Recha, el mismo director de Petit indi mete a capón una trama donde la amistad y el enfrentamiento se miran cara a cara con malas intenciones. El decorado presenta a personas amigas del silencio, donde alguien decide dejar una vida arrastrada sirviendo a ricachones para alcanzar el sueño de pilotar una avioneta. El aparato se convertirá en sujeto inanimado de un largometraje atropellado a través de reveses emocionales y formales. Ni se sabe ni importa cómo unos fugados de los Balcanes recalan en el paraje idílico. Su presencia constituye el punto mafioso remendón lleno de artificio. Aparecen de la nada con aire protagónico para enfangar la tranquilidad de una tierra suave. Son personajes tan oscuros como sus intenciones carentes de compasión, a pesar de que uno no empatice con la violencia desproporcionada de su compañero sangriento. Alguien que hace del robo un negocio sin escrúpulos. La complicación de los hechos crece aburrida, poco intensa y confusa. Lo novelesco de un robo que pretende cobrar sus cuentas termina con la simplicidad de quien es cazado en la trampa de su ineptitud criminal. Los actores, excepto Montse Germán, se desmadran mientras Sergi López quiere mostrar cierta sensatez de secundario con sentimientos hacia una mujer que desea rehacer una existencia amarga y frustrada. Ella es una mujer con un pasado oculto, un presente desordenado y futuro sin horizonte por más que intente abrirse un camino nuevo como fugitiva salvavidas. Sergej Trifunovic y Boris Isakovic interpretan a unos macarras sin método homicida.