La noche en el centro de Madrid se convierte en un bulevar musical al aire
libre. Su mezcla cultural muestra una cara amable, más relajada. La noche en el centro de Madrid es música. Aparecen los músicos callejeros esquina sí, esquina también; amenizando las terrazas, pegados a una pared como escenario. Son figuras que animan el vacío metropolitano y acunan el sueño de los más madrugadores. Son los mismos que durante el día se refugiaron en metro con su música y su Yamaha entre las piernas.
La música que tocan, propia o ajena, les proporciona unas monedas que les sirven de poco y una satisfacción que sólo el artista alcanza a comprender. Algunos dicen que con esas monedas se ganan su sustento, otros lo toman como un plus para el bolsillo. Lo hacen por amor a la música, por necesidad.
Las grandes arterias comerciales están apagadas, se han escondido dentro de la oscuridad del silencio sin luna. En las calles Carmen o Preciados suenan desde Pachelbel hasta Lennon, pasando por Vivaldi o Eric Clapon. Es un rastrillo en el que nada se compra y se ofrece una sonrisa musical. El último DVD de R.E.M. aparece tras el escaparate de la F.N.A.C. mientras los músicos de la calle interpretan una de sus canciones. Estos artistas compiten con Centauro, Pegaso, Andrómeda o la Osa Mayor a ser estrellas por una noche.
Siguiendo esta ruta turística personalizada nos adentramos en la calle Carmen. La Iglesia del mismo nombre, parada de mendigos durante el día, se convierte por la noche en punto de encuentro para juglares punkies con su flauta. Pantalones ajustados, casi siempre oscuros, ropa decolorada, algún piercing en el rostro. Coletas en el pelo o rastas de aire contestatario. Dan sus últimos toques por hoy al diábolo junto a dos perrillos, un gato y la mochila. Su flauta escupe melodías lentas, huecas y desafinadas.
- "¡Hola muchachote. Colabora con una monedilla!"...
- "Gracias compañero… Que tengas una buena noche!".
Para unos son muertos de hambre, vagos que no quieren trabajar; para otros, el referente de la lucha contra el sistema.
Pocos les hacemos caso.
La musiquilla de este punky imitador de Simplicissimus se perdía yendo hacia La Puerta del Sol. ”¿Qué pasa si el resto de tu vida comenzase hoy?” se lee en una camiseta. La moda nos ha convertido en letreros andantes. Eso da que pensar. En la nocturnidad de Madrid las cosas cambian segundo a segundo y siempre es todo igual. Igual de oscuro, igual de vacío, igual de cálido, con las mismas luces anaranjadas y el claxon de los coches menos irritado.
La soledad de las callejuelas que rodean La Puerta del Sol se vio rellenada por un grupo de chavales bailando clásicos del breakdance. Años ochenta.
La época de Cameo y su “Word Up!”, de Rock Steady Crew, Afrika Bambaataa, DeBarge, de Salt ‘n Pepper y “Push it”, de la Old School. De Herbie Hancock y el eléctrico “Rockit”, de Ollie & Jerry con “There no stopping us", de jj fad y “Supersonic”. Por todas partes se escuchaba “I.O.U.” de Freeze. Madrid vibraba con “Break Dance Party” y “Street Dance” de Break Machine o “Bassline” de Mantronix.
El Oso y el Madroño observaban erguidos los movimientos robotizados de estos hombres de chicle. El plantígrado sentía envidia por no poder moverse a ese ritmo. El lugar suponía un punto de reunión para quienes a esas horas frecuentaban la zona: “sin papeles”, currantes nocturnos y turistas noctámbulos. Esta es la riqueza de Madrid, su diversidad… o biodiversidad. Se respira aire limpio y, sobre todo, de diferentes colores.
Como si una mano invisible cambiara de dial, suena “Sultans of Swing”, de Dire Straits, en dirección a la calle Montera. Las prostitutas que por allí paran la oyen pero sin escucharla. Se ven obligadas a albergarla en los oídos, amenizando su espera. Hilo musical. Las noches de Madrid son muy putas y muy sufridas para algunos.
El Dönner Kebab que se encuentra subiendo hacia la Red de San Luis programa su propia música. Los ecos de Omar Faruk Tekbilek, Tarcan o Las Voces de Anatolia se mezclan con el olor intenso de la carne laminada. La lluvia fina comienza a mojar el asfalto. Delicada. Un hombre se paseaba con los auriculares conectados a su cerebro, moviendo la cabeza. Se sentía acompañado por la música y estaba solo. “Gotas de lluvia caen sobre mi cabeza" (“Raindrops Keep Fallin' on my Head”) cantaba el chapoteo sobre el firme de la calle Jardines con un ritmo cada vez más enfurecido.
Los inmigrantes se ríen junto a la boca de Metro Carmen, cantan sus diálogos, saborean bocadillos de queso de cabra envueltos en papel de aluminio. Por fin, la hamburguesa ha muerto. La sala El Sol abre sus puertas como siempre a las 23.30, minuto arriba, minuto abajo. La música de ambiente revive a los clásicos. Suena “Hard Rain” de Bob Dylan. Ben Weaver se prepara para presentar “Stories Under Nails”. En la calle sigue chispeando.
