Una
tormenta de Heavy Metal descargó
sobre Madrid. Los chicos de Víctor
García se enfrentaron a una doble
reto: ¿qué acogida recibirían
las nuevas canciones que presentarán
en directo? y la competencia de otra
banda mítica, U.F.O., que a es
misma hora tocaba en la sala Heineken.
La cola que esperaba para ver a los
asturianos era inmensa, el lleno estaba
garantizado. El aliciente: ver la garra
de esta banda y disfrutar del nuevo
trabajo, eje del concierto.
Conforme
La Riviera se iba llenando, el ambiente
se fue calentado. La gente quería
música, guerra y escuchar buen
Metal. Entre los chorros de humo que
se expandían desde el escenario
se escuchaba el obligado"Un
bote, do botes, tres botes... fascista
el que no bote", característico
de este ambiente. El metal es una música
reivindicativa, capaz de reinventarse
en cada concierto. El público
asiduo a estos conciertos es fiel a
su grupo y puede resultar demoledor
a la hora de criticarlo. No entiende
de compasión, pero siempre está
ahí: para lo bueno y lo malo.
El
comienzo se estaba retrasando, la gente
se empezaba a intranquilizar. Coreaban
"¡Que vengan ya!",
título de la primera canción
que WarCry tenían en su repertorio.
Entre consignas y humo, el escenario
se oscurece; suena la intro correspondiente
y Alberto Ardines es el primero en aparecer.
Conforme el resto del grupo va saliendo,
la música es eclipsada por los
gritos del respetable."WarCry,
WarCry, WarCry" era un coro
al unísono. El ambiente siniestro
que dejó el humo se convirtió
en alboroto y griterío para terminar
por asustarlo.
El concierto se desarrolló en
un escenario que estaba vestido por
cuatro paneles blancos decorados con
ruinas medievales y bosques. Este montaje
recordaba a Hammerfall, sonó
"Ulises" y su épica
reforzó el aura del grupo. Hadas,
elfos, duendes, leyendas, príncipes,
castillos, princesas. También
decadencia y desamparo.
Esta es la atmósfera que evoca
la música de WarCry. Imaginación.
El
Heavy Metal español goza de buena
salud. Así lo dejó patente
Víctor, el frontman de WarCry,
y su voz. Desgarrada y potente. En ningún
momento desmereció ni se hizo
aburrida. Se movía de un lado
a otro del escenario, sus manos se fundían
con las del público, su voz retumbaba
en los oídos de los fans, se
enfrentaba al micrófono con furia...
Vomitaba lírica. Las canciones
fueron interrumpidas en muchas ocasiones
por el coro del público, muestra
de la fidelidad al grupo. Durante estos
espacios de tiempo, Víctor se
divertía, asombraba y descansaba.
Merece
una mención aparte la labor que
realizaron la guitarra de Roberto García
(destacó su trabajo en "La
Vieja Guardia") y la batería
de Alberto Ardines. Ambos instrumentos
mantuvieron una relación de amor-odio
que se hacía patente en los punteos
y redobles. Sin ellos, posiblemente,
la voz de Víctor se hubiese quedado
vacía. El tema "Un poco
de fe" puso los pelos de punta
y a más de uno se le rompió
la garganta.
La
aparición discreta, pero imprescindible,
de los teclados se convirtió
en un elemento clave durante el desarrollo
de todo el evento. Elegancia.
Cómo
sintetizar el espíritu de este
concierto: ¿la entrega de WarCry
o un fifty-fifty entre los asturianos
y sus seguidores?... Fue un terremoto,
sin lugar a dudas. La música
dura y su capacidad de congregar masas
se llevó todo el mérito.
El camino que les queda para un mayor
reconocimiento musical no es fácil.
Sin embargo, las canciones de "La
Quinta esencia", su sexto disco
desde que nacieran en 2001, están
abonando el terreno para que lo consigan.
El deseo de Víctor de dejar al
público agotado y afónico
se cumplió, si bien no contó
con que este cansancio demandó
más Metal. Su estado de éxtasis
no les hizo ser conscientes de dicha
fatiga. El derroche de energía
valió la pena. A la gente no
le importa terminar exhausta y afónica
si para ello se han divertido. El público
fue una parte muy importante del espectáculo.