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MUSINTERNAUTA

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Histórico

 


GUSTOS Y DISGUSTOS DE "IBERIA".
(Rosa Torres-Pardo interpreta "Iberia" , de Isaac Albéniz.
Ciclo especial "Centenario a Albéniz". C.C. Moncloa, Madrid)

J. G.
(Madrid, España)

Isaac Albéniz
Biografía Albéniz
Biografía Rosa Torres-Pardo

La Música Clásica existe para admirarla o rechazarla, nunca insultarla: habrá autores más preferidos que otros. Siempre queda un atisbo de luz para apreciar su belleza aunque solo sea en la nota final o al comienzo de una pieza. Opinar sobre su música no garantiza conclusiones matemáticas, igual que interpretar la abstracción lírica de la obra de Vasili Kandinsky o el color en Miró, o el subconsciente en Dalí. Los clásicos son la piedra angular sobre la que han pivotado las nuevas corrientes artísticas y de quienes han mamado las tendencias posteriores.

El 18 de mayo de 2009 se cumplen cien años de la muerte del compositor catalán de Campodrón Isaac Albéniz. Después de escuchar los cuatro cuadernos que componen “Iberia”, de la que adelanto su desgaste interpretativo, no sé si el concierto me ha gustado o decepcionado: al menos no me ha dejado indiferente. Para apreciar la calidad de Albéniz estoy obligado a escuchar “Pepita Jiménez”, “Merlin”, “El Ópalo Kágico” o su zarzuela “San Antonio de la Florida” y observar si en mi subconsciente cultural provocan atractivo o sólo respeto.

La ignorancia hace que definas lo ya descrito con otro nombre.

Asumo que un conocedor de Albéniz, con cultura musical, me crucificará al poner esta pieza en tela de juicio, pero es la ventaja que tenemos los ignorantes: podemos meter la pata sin vernos condenados al ostracismo profesional.
En dicha ignorancia, el gusto personal ocupa más parcela que la opinión técnica. “Iberia”, bajo mi sentir, muestra la soledad, la empatía y el enfrentamiento existentes entre piano y pianista.
La frialdad de un cordófono solitario en el escenario oscuro se encendió con las manos de Rosa Torres-Pardo; ella se encargó de interactuar entre el compositor catalán y el instrumento de cuerda percutida, dándole plasticidad con gestos y movimientos. Sus dedos fueron saltimbanquis, sufrimiento de la traumatología. Músculos de la expresión.

El inicio del concierto asustó a mi sensibilidad. Su vorágine fue haciéndome cómplice del ritmo, llegando a percibir un sonido domado, más ligero que el AVE, durante el final de “Almería”, en el Segundo Cuaderno. Esta música olía a marisma y paz silenciosas. Era suave, dulce. Armoniosa y elegante: sencilla.
Sus cambios de ritmo, intensidad y duración convirtieron a “Iberia” en una obra agotadora. Quizás sea esa intensidad, ese volverte medio loco, lo que me mantuvo despierto y no abandonó mi mente en los algodones de Morfeo.

Es un obra escrita en cuatro cuadernos de tres piezas cada uno: difíciles, dramáticos, de una melancolía suave y de una intensidad que en momentos me trasladó a la esquizofrenia. Es un reto que el compositor catalán dejó como legado cultural para los oyentes y ejecutantes más atrevidos. Mi corazón casi se sale de entre sus palpitaciones, originadas por una cascada de notas salvajes: un ir y venir de vibraciones alocadas, rápidas y a veces inconexas, sobre todo para los amantes de sonidos más plácidos como los de un Boccherini palaciego, un Chopin puntuado o un Beethoven mágico. “La fórmula ideal en arte debería ser ‘variedad dentro de la lógica’”, escribió Albéniz en su diario antes de comenzar “Iberia”. Cada cuaderno de esta suite evoca un lugar, una fiesta, una canción o una danza peninsular.

La música se aprecia mejor con lo ojos cerrados, con la imaginación y toda la piel centradas en ella; pero ver a Rosa Torres deslizar sus dedos sobre el piano ayudó a valorar un ejercicio manual tan meteórico como hercúleo. Los ritmos superpuestos convivieron con una lectura complicada: los cruces de manos, acordes imposibles. Las notas salían de las teclas, saltando sobre un pentagrama táctil. Técnicamente, es una obra para dos teclados o tres manos. Su espalda erguida fue tensión y beso, erotismo de una música creada para enamorar y desquiciar. “Iberia” es poseedora de riqueza rítmica y armónica. La variedad de ataques fue extensa: desde el bullicio de “Triana” hasta el organillo castizo de “Lavapiés”, pasando por la extensión de “Corpus Christi”.
La melodía de “Iberia” no me sobrecogió aunque tuvo el poder de guiar mi nerviosismo e incomodidad iniciales por unos senderos menos tortuosos.

 

 

J. G.

La revista Photomusik no se hace responsable de las opiniones de sus colaboradores expuestas en esta sección.
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