El romance que se ha generado entre Paramount Pictures y la compañía de juguetes Hasbro sigue siendo prolífico. Su segunda entrega, con sabor a pastelito cibernético, es un cóctel de burbujas virtuales recubiertas por aburrimiento excitante. “GI. Joe: The Rise of the Cobra” es artesanía videotrónica de millonario presupuesto. La primera fue “Transformers: la venganza de los caídos" : tal para cual. ”Mazinger Z” era más original a la hora de permitir lujos a la imaginación.
La película tiene el mérito de arriesgarse por los senderos de las cintas Serie B 2.0, un joven género cinematográfico aún inexplorado. Sus protagonistas hacen que James Bond y el Doctor Maligno sean aprendices de mago al estilo del primer Harry Potter. Las peripecias se suceden por tierra, mar y aire en un meritorio trabajo de postproducción dentro de una fantasía a la que le falta oxígeno. Las localizaciones externas son embutidas en escenas artificiosas, metálicas...
La espectacularidad de sus escenas esconden un guión insulso, sin notoriedad cinematográfica. De refresco. Hay películas que emocionan y otras que no dicen nada; GI. Joe es un subproducto que intenta agradar, haciendo de la nanotecnología un componente que se abre al futuro con la misma facilidad que los meteorólogos pronostican borrascas. Se combate al germen del mal gracias a la fuerza de un Mister Proper justiciero gracias al poder que suministra la tecnología militar.
Es una película de laboratorio. Los personajes actúan como mecanismos robotizados. Los verdaderos protagonistas de GI. Joe son los especialistas en efectos de imagen. Ellos dan forma con su trabajo creativo a la película. No tiene mucho más que aportar.
Hay mucho 3D dentro de un argumento vago, inspirado en el cómic de David Breger. Ésta abre la imaginación del lector, durante su lectura permite crear historia paralelas “en tiempo real”. Los efectos especiales de la película llegan a ser tan absorbentes que diluyen la capacidad de ensoñación. Somos receptores de nano neuronas digitales, espectadores de cine de barrio globalizado e intergaláctico. Es una película para los amantes de los artilugios.
La firma de Stephen Sommers, director de “La Momia” y "Van Helsing", se deja ver en los efectos especiales llamativos.
El Bien y el Mal, cada vez más perfeccionistas, se vuelven a ver las caras. GI. Joe en la gran pantalla es un flatulencia tecnificada. De seguir así, la industria del cine fantástico se extinguiría más rápido que los dinosaurios de Spielberg. Es un viaje a una realidad sobre la que ya se está trabajando en algún laboratorio que experimenta con armas de destrucción defensiva, no declarado a la OTAN.
Los amantes de Kurt Russell en el Sci-Fi "Stargate” disfrutarán viendo a un Dennis Quaid (general Hawk) que tiene tanto de General Patton y James Bond como de Hugh Hefner. En GI. Joe, el coeficiente intelectual humano se pone en manos de la fuerza tecnológica. Verla es adentrarse en el mundo del videojuego, donde lo personajes se limitan a saltar niveles de dificultad como canguros de gimnasio. Son el prototipo del héroe invisible.
Al Mal se le combate con la inteligencia, no con la fuerza de armas mega atómicas ni el militarismo triunfador. ¡Luego dicen que la juventud sale cada vez más agresiva! GI. Joe es una apología de la violencia y el patriotismo.
La banda sonora está respaldada por uno de los grandes: Alan Silvestri, intentando crear un mundo sinfónico. Los rugidos del ultra láser solapan a la música que retumba en los hangares, acecha antes de los ataques... Silvestri, especializado en poner música a películas de acción como “Predator”, ”Van Helsing”, “The Mummy Returns”, “Night At The Museum” y la trilogía ”Back To The Future”, compone una banda de sonora a caballo entre el dinamismo y lo dramático.
Lo que comienza siendo una película que promete aventura fresca de tintes históricos, con el tráfico de armas como trasfondo, termina convirtiéndose en una aburrida continuación de escenificaciones tridimensionales. Los personajes, héroes invencibles al servicio de la paz mundial, son un refrito de tecnología circense.
El éxito de merchandising puede ser mayor que el de taquilla. Con un presupuesto de producción de ciento setenta y cinco millones de dólares, tanto camuflaje de última generación no puede tapar la mediocridad de esta película. Despierta un interés más invisible que los trajes que a veces llevan algunos de los protagonistas.
