Como los turrones, los mazapanes y los encuentros familiares, el cine televisado se convierte en una lista repetitiva de títulos entrañables entre lo ñoño y lo emotivo, tapizada de ritual familiar. Este mundo mágico se ha erigido en válvula cardiaca que deja obsoletas a las 625 líneas con las que muchos hemos crecido.
La epopeya de recordatorio navideño arranca como un avance al ágape de Nochebuena cuando las chucherías calóricas encienden motores. Quienes hayan decidido concentrarse en el sentimiento noctívago del hogar con sabor a muérdago, encontrarán en
Rey de reyes un entrante anticipado a la misa del Gallo. La escenografía, barroca hasta en la duración (168 minutos), dibuja con exactitud la épica de Nicholas Ray. Echo de menos el desparpajo de los Monty Python en
La vida de Brian aunque
Terry Gilliam participe del guion.
Nicolas Cage es otro imprescindible de estas fiestas. Su cara de buenazo repetitivo sobrepasa el egocentrismo que Wall Street alimenta al reconvertirse en humilde vendedor de neumáticos de Nueva Jersey. Es un auténtico
Family Man a las órdenes de
Brett Ratner. El incómodo puente que une la tarde-noche es asfaltado por un especialista en pavimentar el aburrimiento. La estrella canina de Hollywood que protagoniza
Beethoven, aventura de Navidad combina enredos y buenas intenciones ente elfos y trineos.