A
Daniel
Barenboim, Premio Príncipe
de Asturias de la Concordia, le gusta
Madrid y parece que a los madrileños
el argentino de ascendencia judío-rusa.
Es el segundo año consecutivo
que dirige a la Staatskapelle de Berlín
en la Plaza Mayor y con una obra del
mismo compositor: Beethoven. En 2004
fue la Tercera Sinfonía, "Heroica",
este año le ha tocado el turno
a la Novena, conocida como "La
Coral" o "La Grande".
La
Plaza
Mayor estaba a rebosar: 4.000
sillas ocupadas más los que permanecimos
de pie. Quienes tuvieron la posibilidad
de conseguir asiento dibujaban un pentagrama
tórrido y expectante. Los que
estábamos de pie formábamos
una cadena más anárquica,
donde el bullicio era un cúmulo
de desajustes tonales. Igual que una
orquesta afinando sus instrumentos antes
de comenzar un concierto.
Me
sumergí
entre la multitud para disfrutar de
la Novena muy a pesar de
mi pies. El sacrificio de aguantar 35
grados en posición erguida durante
más de una hora mereció
la pena porque al final me sentí
un poco más culto y más
humilde ante la grandiosidad de esta
sinfonía. Mens sana in corpore
sano. El hecho de tener melenas y calvas
por escenario me ayudó a embalsamar
la mente dentro de una burbuja en la
que sólo convivían el
adagio, el allegro, Beethoven, Schiller
y yo. Según se sucedieron las
notas, una catarata de imágenes
desfiló por mi imaginación.
Los sonidos se convirtieron en caricia,
aroma y sabor, su musicalidad hizo
que mi cuerpo flotara sin levantar lo
pies del suelo. Barenboim reprodujo
con maestría toda su grandeza
junto a la locura que un Beethoven ya
viejo y sordo quiso expresar en ellos.
...
El
momento histórico en el que se
gestó esta pieza musical estaba
experimentando el cambio político
y social que había proporcionado
a Europa la Revolución Francesa
dentro de la dudosa restauración
que supuso el Antiguo Régimen.
Un canto a la utopía, al espíritu
renovador que la sociedad necesitaba,
a la libertad. La
Novena forma parte de la
historia. Los nazis usaron su música
como instrumento de propaganda política,
y a finales del XIX compitió
con "La Internacional" socialista
como himno a los derechos del trabajador
en el movimiento obrero que comenzaba
a resurgir.
En
1792 Beethoven conocía la "Oda
a la alegría", de Friedrich
Schiller, de la que se enamoró
profundamente y pensaba ponerle música.
El 7 de mayo de 1824 se estrenó
en el Kärntnerhortheater de Viena
con Beethoven
como testigo sordo de su éxito,
que no pudo escuchar las cinco ovaciones
que le ofreció el público.
El júbilo hizo que interviniera
la policía ya que el protocolo
sólo tenía previstas tres
para la familia imperial.
Ciento
ochenta y un año después
esas salvas de aplausos se volvieron
a escuchar en la Plaza Mayor de Madrid.
Los amantes de la música clásica
volvimos a caer rendidos ante la grandiosidad
de este himno universal descrito como
"la marsellesa de la Humanidad".
La Novena, fenómeno globalizador
antes de que esta palabra se convirtiera
en recurso abusivo de los políticos,
sigue siendo una de las obras cumbre
de la música universal. Una bacanal
de genialidad.
...
Mandaba
la música de Beethoven y su plasticidad.
La dirección de Barenboim, acompañada
por los 180 miembros de la Staatskapelle
berlinesa nada tuvo que envidiar a Wilhelm
Furtwängler, el director alemán
que muchos consideran el gran maestro
de Beethoven. 90 músicos y 90
integrantes del coro abanderado por
la soprano Angela
Denoke, la mezzo Simone Schroder,
el tenor Thomas
Moser y el bajo Alexander
Vinogradov.
Los 280.000 euros que el Ayuntamiento
de Madrid dispuso para este concierto
han estado bien empleados. Fue muy positiva
la mejora de la acústica, aunque
hubiésemos agradecido más
sillas. Cómo se nota que el alcalde
madrileño ha querido quitarse
la espina clavada que trajo de Seúl
al no conseguir la candidatura de los
JJ.OO. 2012.
¿Para cuándo unas Olimpiadas
Musicales?.
A
buen entendedor...
Lo
verdaderamente admirable de la Novena
es el poder hipnótico que ejerció
sobre las personas que estábamos
en la plaza.
Un
pueblo que no ame la música es
un pueblo sin rumbo, perdido.
El
año pasado la batuta de Barenboim
rindió homenaje a las víctimas
del 11 de marzo. Este año han
sido los atentados del 7 de julio en
Londres. Coincidencias de la vida. Resulta
tragi-cómico tanto panfleto solidario.
El próximo año ¿será
un concierto en recuerdo a quienes mueren
de SIDA en Zimbawe porque Ratzinger
se niega a distribuir el preservativo
entre la población de ese país...?,
¿o en protesta contra los precios
prohibitivos que las multinacionales
farmacéuticas ponen a las medicamentos
básicos en el "Mundo Pobre"?.
-"¿Por qué siempre
me acordaré de Miguel Ríos?...
¿Terrible, no?"